Gata Cattana
Demasiado para un poeta
[Verso]
De repente, la chica, sentada en el borde,
con las manos temblorosas, con la voz, con el foco alumbrando como si no lo notara,
con sus montones de papeles y naufragios esparcidos por el suelo,
la camisa blanca, como si fuera inocente, los pelos revueltos,
la mirada esquiva frente a esa masa que tiene pinta de pedir explicaciones.

¡Decidle! Decidle a León Felipe que yo también mе sé todos los cuentos,
que cuatro genеraciones después nos siguen durmiendo los mismos cuentos
y entorpeciendo y atormentando los mismos cuentos.
Y que yo tampoco sé muchas cosas, es verdad,
pero con tanto cuento, las pocas se me olvidan y las que no, no me dejan dormir.
La poesía es un arma cargada de miseria, que aniquila al enemigo
y al que pulsa el percutor,
que erosiona despacito.

Decidle a Celaya que se explique,
que cuatro generaciones después seguimos sin saber qué entiende él por futuro,
y que este arma ni aprieta ni ahoga
y rasca muy bien pero donde no pica.
Decidle que ahora que nos dejan decir que somos quien somos (y tampoco mucho)
es porque no somos nadie,
porque vamos a la nada entusiasmados y en fila de a uno.
Somos demasiado poco peligrosos.
Y ya de paso, a Unamuno, que vencieron y convencieron,
y que convencieron muy bien.
Y que luego vino la paz social que tanto esperaba,
y la calma se hizo demasiado insoportable
y la gente por consecuencia se hizo insoportablemente mediocre
y la vida siguió como siguen las cosas que no tienen mucho sentido, como cantaba aquel.
Se toma un respiro, bebe un sorbo y se aclara la voz; luego se aparta el pelo para seguir diciendo:
¡Y el pobre Neruda!
Supongo que le habrán dicho que ya cayó Stalingrado.
Supongo que ya sabrá de todo este tinglado
y estará revolviéndose en su tumba.
Lo cierto es que pudimos escribir versos más tristes que los suyos en noches de lascivia y Pandemónium,
en noches que no le deseo a nadie porque después de Al Alba todas vinieron cargadas de buitres callados y oscuras profecías.

El pobre Neruda, el ingenuo Neruda.
Claro que vinieron noches más tristes y versos de hiel, a ver, ¿qué se creía?
Ya era hora de que se enterara.
Pero no le contéis de Stalin, no le pongáis la tele, eso no,
eso sería demasiado cruel.
Mejor continuar con el show como en la peli esa, Good Bye, Lenin!
Le partiríamos el corazón si se enterara de cómo está el percal en el mundo de los vivos,
de cómo la jodimos y fallamos en todo lo que se podía fallar.
Si se enterara, jamás volvería a escribir ni un solo poema de amor
y todos los siguientes vendrían tapiados con metralla y hormigón,
ni una sola azucena, ni una sola.
Y tampoco queremos eso,
es demasiado para un poeta.